Era el Océano.
Grande, gris azulado, de
aire limpio y salado, con la melodía de sus olas llenando cada rincón del
lugar.
Llené mis pulmones de ese
aire, y luego los vacié. Sonreí.
-¿Te gusta este lugar?
-Me encanta.-respondí.
Rob me sonrió,
complacido. Era una sonrisa llena de luz, que me alumbró por instantes.
-¿Me dirás ahora la
verdad?-le dije, mirándole a los ojos.
Resignación cruzó sus
ojos. Sacudió la cabeza.
-No debí haberte traído.
Esto es una tontería.
-Pues sí. Esto es una
tontería.-me levanté.-Me voy a casa.
Me giré y empecé a
caminar hacia la carretera, a una parada de taxis.
-¡Espera!-noté su mano en
la mía, que me retuvo.
-¿Qué? ¿Qué más quieres?
¿No me puedes dejar en paz?-le espeté.
Me miró a los ojos,
durante un largo momento de silencio.
-No sé. No sé porqué no
te dejo. No lo sé.-murmuró.
Cerré los ojos. No quería
seguir allí. Me volví a girar, pero él me volvió a girar.
Se acercó a mí, pero yo
no pude moverme. Nuestros labios estaban a milímetros.
Rob me miró a los ojos.
Vi miedo en su rostro.
-No…no.-y apartó la
cabeza.
Me estremecí. Casi volví
a caer. Casi.
Me sequé las lágrimas, y
salí corriendo.
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